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Karen Holmes
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Quotes by Karen Holmes
Karen Holmes's insights on:
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Las calles de La Seda no habían notado el impacto de las desapariciones. O no le daban tanta importancia como en Puenteviejo. La vida seguía. Los negocios abiertos, la gente caminando con rumbos fijos, algunos esperando en las esquinas que les compraran mercancías no del todo legales…
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A aquellas horas el parque estaba completamente desierto. La oscuridad aún era más densa que en Puenteviejo, los viejos faroles sólo iluminaban la zona de los bancos, pero los árboles formaban sombras fantasmagóricas sobre los pequeños caminos y recodos. El parque, que siempre le había parecido acogedor, ahora tenía un aire amenazador que erizaba el vello de sus brazos descubiertos. No había tenido tiempo de echarse un chal encima.
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Jameela había llegado la última, con un libro bajo el brazo que les animaba durante las noches mientras estaban encerrados. A veces no podían encender la luz, pero Liam había conseguido esconder un paquete de cerillas en su pantalón y aprovechaban sus luces al máximo para contarse historias de juguetes que nunca habían visto.
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Allí había adelfas de tonalidades nácar y morado que desprendían un aroma embriagador, dragonetas escondidas en los rincones más oscuros del jardín, cerebrines y sanguinarias. Muchas parecían inofensivas pero no lo eran. Ada James le había enseñado a desconfiar de cualquier planta, y más aún de las que venían como regalos de Camelia Blackburn o de su entorno.
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Las piedras de los muros, habitualmente tan parlanchinas, no respondieron a su llamada. Summer puso una mano sobre la estatua. Era una estatua grotesca formada con la misma piedra de la pared del Castillo, que no gustaba nada a Willow, pero que Summer había llegado a apreciar por la compañía que le daba. Ignoraba si tocándola sus poderes funcionarían mejor, pero le daba la sensación de despertarla.
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Frente a la escalinata de la Mansión, Camelia Blackburn parecía una reina salida de tiempos remotos. Llevaba un ceñido vestido negro que realzaba su figura y mostraba, al mismo tiempo, su permanente luto por el marido perdido. Al descender por la escalera, el viento acarició su cabello oscuro, que ondeó como una bandera en un campo de batalla.
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La luna seguía brillando en lo alto de un cielo casi sin nubes iluminando los tejados de un Horizonte sumido en sueños profundos. Horizonte, de noche, parecía cubrirse con un manto de terciopelo salpicado de diamantes. A veces se podía respirar su magia.
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Sufrir. Aquella chica no sabía lo que era sufrir. Ninguna Blackburn sabía lo que era sufrir por algo. Vivían en su torre de marfil, protegidas del mundo e infligiendo dolor cuando les apetecía.
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En el lateral izquierdo, Summer observó una estatua de belleza clásica. El mármol brillante parecía llamarla, como si tuviera mil secretos que contar. Pero no podía dedicarse a acariciar estatuas en presencia de tanta gente. Y menos en presencia de Dereck Driscoll, que en cualquier momento podría asociarla con Ada James, la enemiga de la fiscalía en tantos casos que Summer no se atrevía ni a pensar.
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